Ignoro, y más bien tiendo a un presagio negativo, si el personal sabe lo que de verdad nos estamos jugando. Una cuadrilla de facinerosos nos quieren hacer creer que cualquier cambio social o político es «progresista» de tal manera que no hace falta señalar en qué consiste dicho cambio porque el «progreso» es, de por sí, positivo.

Falso de toda falsedad. El progreso es positivo porque la palabra contiene elementos de esa clase pero no está asociado a los cambios sociales o políticos. Como los cangrejos pueden ir adelante o al revés. No es necesario acudir a los ejemplos de Alemania o Cuba, clamorosos casos de países que fueron a peor sino a muchos sucesos cotidianos ajenos a la hecatombe. Es el supuesto reciente de Grecia o, en el inmediato futuro, Portugal y España.

Ahora bien, no es preciso para establecer estas conclusiones reparar en los siempre facilones datos económicos ni en las advertencias de los acreedores europeos. Lo que nos estamos jugando es algo mucho más importante y más difícil de solucionar. Se trata del propio Estado de Derecho.

Lo que cualifica esta forma de Estado no es el juego electoral ni las complicadas reglas parlamentarias; lo verdaderamente sustantivo es la posibilidad de que la Administración que personifica al Estado se someta a reglas jurídicas y su cumplimiento sea revisable por órganos independientes e inamovibles.

Tan difícil es conseguir semejante objetivo que hasta el propio Napoleón, tan revolucionario el chaval, no lo pudo conseguir. Francia sigue con el sistema de justicia retenida donde las disputas con la Administración, en muchos casos, se resuelven en su propio seno con escasas intervenciones del entramado judicial.

Vayamos a la España actual. A pesar de la irrupción histórica de personajes tan negativos como Largo Caballero, que ayudó a provocar una guerra, lo cierto es que el Partido Socialista que hemos conocido ha sido, en un sentido amplio, colaborador con el Estado de Derecho. Ha hecho todas las trampas que se le han ocurrido pero, aunque sea a regañadientes, lo ha aceptado. Franco por supuesto no lo aceptó y cuando creó su entramado supuestamente institucional aquello parecía una película de chinos hasta el punto de que mi maestro García de Enterría tuvo un pilar de su celebridad en la publicación del magnífico tratado » La lucha corta las Inmunidades del Poder » , allá por los sesenta, donde se desnudaban todos los trucos del poder que hacían ilusorias las proclamas jurídicas de los Lopez Rodó y compañías.

Ahora, si nadie lo remedia, los polemistas venezolanos van a dejar a Franco a la altura del betún. No van a permitir el más mínimo control. Dirán que la decisión la tomará un órgano administrativo que formen sus amigos y que serán más justos rápido y eficaces que los obsoletos Tribunales de Justicia. En definitiva «la gente» primará sobre las burocracias explotadoras. Que Dios nos coja confesados.

Una última nota. Antes de que se acaben las plazas me apunto a la Cofradía de Enemigos de Zidane. Nos manda a tercera sin pasar por segunda. Es inasequible a cualquier conocimiento y jamás se atreverá a enfrentarse a cualquiera de las vacas sagradas que por allí moran. El Madrid acabará como Calcuta con los ronaldos y compañía vagabundeando por el césped y tratando de disimular la obesidad.