Está próximo a terminar el litigio Parot que consiste en dilucidar si los beneficios penitenciarios se computan sobre la totalidad de la condena o sobre el máximo de su cumplimiento. En suma, si el mayor asesino que se pueda concebir está en la cárcel entre 20 o 30 años o si, por el contrario, está 10 o 12 como mucho. O me equivoco mucho o las cosas pintan mal, esto es, que se van todos, y ahí se incluyen etarras, asesinos vulgares y deleznables violadores, a la calle. Jurídicamente la cuestión tiene pocas dudas y la retroactividad de leyes de gravamen caerá sobre una losa sobre las conciencias de las gentes de bien.
La reflexión es cómo hemos llegado aquí. En mi parecer por dos razones distintas pero que obedecen a las mismas causas. La primera es la propia legislación penal que ha sido más pensada para el ejercicio de la caridad que para la represión de los delitos. La segunda va en la misma línea pero con matices. Si la legislación no merece el calificativo de penal sino el de penosa, la concepción de los beneficios penales es propia de locos. Ma han dicho que ha habido, con efectos redentores de pena, hasta cursos de buceo por correspondencia. Aquí te quitaban días por el simple hecho de respirar.
Sien embargo, lo sucedido tanto en un ámbito como el otro no es fruto de la incapacidad, ni siquiera de la gran incompetencia de nuestros poderes públicos. Es simplemente el resultado de tener que acordar estas materias, en sucesivas etapas, con partidos políticos que estaban mucho más a favor de los malos que de los buenos o, dicho de otra forma, el patológico impulso de nuestra izquierda – amparándose en una guerra civil que ni ellos recuerdan – para impedir una gran coalición que actuara contra los intereses de las «nacionalidades» o como se diga. Lo demás, zarandajas sin la menor enjundia.
A otra cosa, a ver si se me pasa algo el cabreo. Están modificando las normas de conducción tratando de evitar esa enorme sangría de vidas que seguimos padeciendo. Como ya he dicho otras veces, basta cualquier iniciativa de esta clase para que determinados buitres repugnantes disfrazados de supuestos periodistas, y asalariados de la muerte, digan que las reformas están inspiradas por un siniestro «afán de recaudar». Con ello quieren decir que las normas, lejos de procurar salvar vidas, pretenden únicamente ganar dinero. Hay que ser canallas.
En primer lugar qué saben ellos qué afán tienen las normas cuando pretenden que se respete la ley. Cómo se puede decir que quiten radares o que se sea más comprensivo con el alcohol. Yo a estos apologetas de la velocidad les condenaría a la pena de tanatorio, esto es un mes de residencia obligada en un tanatorio para llevar vasos de agua a los familiares de las víctimas de accidentes. Quizás tampoco se dieran cuenta de lo que hacen pero algo es algo.
Hubo un personaje popular, fallecido hace años, que cuando se vio sorprendido en su «afán» de vender bienes embargados por Hacienda, lo explicó manifestando que trataba sólo de protegerse del ánimo recaudatorio del fisco. Con los años ese ánimo fue compartido por numerosos acreedores, incluyendo otros fiscos, y la cosa acabó como el rosario de la aurora.