Políticos, comunes y los nuevos híbridos

En España, desde las épocas de la dictadura en las que los fusilamientos decayeron, la tensión penitenciaria derivó hacia la distinción entre presos políticos y comunes. Los políticos lo eran por sus ideas y en la mayoría de los casos recibían un merecido reconocimiento social. Allí se encontraba lo más granado de los luchadores por la democracia aun sabiendo que el dominio lo tenía el PC, que de demócrata tiene lo que cualquiera sabe (y más entonces). Es más, la diferencia se ejerció por los políticos para distinguirse, de hecho, de los otros dentro de los recintos carcelarios. Sus vidas eran distintas y apenas tenían contacto. Los funcionarios los trataban con miramientos, unos por convicciones y otros porque veían lo que se avecinaba.

El propio PC era muy duro con los fenómenos de marginación social a cuyos protagonistas los consideraba, en la terminología marxista, lumpenproletariat, lumpen en lenguaje de la calle. El núcleo del argumento era que se trataba de traidores a los ideales revolucionarios para buscar su beneficio y que, por ende, reforzaban los mecanismos represores de la burguesía que en el delito encontraba un magnífico pretexto  para inculcar el miedo que ocasiona su poder.

Todo ha cambiado y ahora tenemos, como en los coches, a los híbridos, que no son sino comunes con ropa política, es decir, los nuevos bandoleros andaluces…¡Pero respaldados por el PC! Para mayor descaro unos y otros lo hacen por dinero o por repercusión social que conduzca al dinero. Si Lenin levanta la cabeza les riñe y luego los mata, y si el que la levanta es Stalin no existe ni la bronca.

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