Mis aventuras hebreas y alguna cosa más

Anuncié la semana pasada que os iba a contar hoy como conocí, nada más, a Rock Hudson. Voy.

Era noviembre de 1983. Yo era, como sigo siendo, un menos que modesto funcionario y me agencié un aparentemente banal viaje oficial a Jerusalén con el también aparente motivo de un congresillo sobre municipios turísticos y calidad de las playas, o algo por el estilo. En realidad se trataba de un pretexto, que entonces eran frecuentes, a fin de lograr  pequeños actos de reconocimiento para los israelitas. A la sazón España no les había reconocido todavía y el funcioneta que suscribe, a pesar de que nadie le había dicho nada, entre otras razones porque ni habían reparado en mi persona, tenía completamente decidido que en boca cerrada no entran moscas y que no me la iba a cargar con mis socialistas de cabecera.

Con el ánimo descrito tomé la sabia decisión de mucho turismo y poco congreso de tal manera que hasta el penúltimo día no aparecí por la sala. Algo me debía maliciar, no me acuerdo, porque en ese preciso acto propusieron a la capital para sede permanente del congreso. Junto con  un griego en situación similar voté que naranjas de la china y que yo carecía de mandato al respecto. Esto me dio ocasión de una cena en la mesa del embajador inglés, un tipo encantador vestido con suma elegancia, que en seguida me dijo el apuro que para él era compartir cena con un español porque siempre acabaría saliendo el tema de Gibraltar y eso sería inevitablemente conflictivo.

Le dí la razón en todo pero con un pequeño matiz que me granjearía su amistad en el resto de mi estancia. Le expuse muy serenamente que mi principal obstáculo a la colonia era y es que sólo existe una en el extremo sur, de tal manera que cuando llegan los golpes fascistas, entonces conservadores, y los españoles se quieren refugiar en lugar seguro, se montan unos tapones enormes y así perdió el pescuezo, por ejemplo, Mariana Pineda a quien no le dio tiempo de llegar. Por eso yo proponía la fundación de gibraltares en el extremo de todas las carreteras nacionales en aras de la necesaria descentralización. La cena, en cuya mesa se sentaban varios más fue, a partir de ese momento, mucho más alegre y relajada y el Sir de turno reía a mandíbula batiente.

Rato después un amigote holandés y este cronista decidimos ir al hotel Rey David, que estaba frente al nuestro, a fin de conocerlo y tomar una copichuela. Es preciso decir que el holandés tenía un envidiable buen aspecto.  Esa misma tarde, temprano, yo había visto a Hudson en el centro de la ciudad escoltado por una nube de periodistas. Bueno, pues resultó que en el bar se hallaba  el célebre actor acompañado de un efebo, el que le acompañaba por la tarde, y en éstas, y más borracho que una cuba, se nos acercó a la mesita y nos ofreció invitarnos a un traquete. No me lo creía, de copas con Rock. La vuelta a Madrid iba a ser triunfal.

No tardé mucho en darme cuenta de la realidad. En seguida, la estrella nos sugirió seguir la juerga en su habitación; estaba como una moto con el holandés y, con suma amabilidad, me ofrecía la «compañía del efebo». Eramos un poco pipiolos y nos llevemos un susto de órdago hasta el punto de irnos de vuelta a toda uva pretextando no se qué.

En ese viaje tuve un par de anécdotas más. Una tuvo como protagonista a los afamados servicios policiales hebreos que, por un malentendido, me sometieron a un interrogatorio de aúpa. Lo contaré otro día.

La otra tuvo que ver con el viaje de vuelta. Un buen amigo suele decir que las acompañantes casuales en los asientos de avión son cuidadosamente elegidas en un comité de nuestras santas que se reúne en la clandestinidad. Algo debe haber de cierto porque es imposible tener peor suerte

Aquella vez todo salió al revés. Compartí vuelo con la guaraní más bella que jamás había visto ( todavía estaba soltero y esto explica la casualidad ). Estuve todo lo simpático que la situación requería. A la llegada envié un ramo de flores a su hotel en Madrid, se iba a Paraguay al día siguiente, y lo de siempre, una tarjeta de agradecimiento y al archivo de la memoria. Qué injusta ha sido la vida conmigo.

Otro día hablaré del Real Madrid y del lio del Noreste. Sólo adelantar que al parecer, es lo normal, al Pujolet le ha fallado también la amiga de turno. Sic transit gloria mundi.

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