Franco dispuso que a partir de la Ley Orgánica del Estado existiese en España una serie de representantes elegidos democráticamente, es un decir. Entre éstos los que más llamaron la atención fueron los cabezas de familia en los que se pusieron todas las esperanzas de los «aperturistas». Recuerdo todavía que hubo propaganda de los candidatos, y ya no recuerdo si a nivel estatal o simplemente municipal, entre ellos destacó uno cuyo cartel de propaganda lo ocupaba la foto con sus hijos que eran dieciséis. La foto, como es obvio, era muy apretada.
Aquel señor se apedillaba Cabal y tuve la suerte de conocer, y en parte tratar, a dos de los vástagos. El mayor era Jose Ramon, buen tipo y bohemio del que guardo gratos recuerdos. No he vuelto a saber nada de él y le deseo lo mejor. El otro, Fermín, sigue siendo célebre en su faceta artística como guionista de cine y director de teatro. Le traté poco y también deseo que le vaya muy bien en su faceta vanguardista. Ambos se tomaban algo a coña la carrera política del progenitor y los famosos carteles.
Viene esto a cuento porque resulta que lo que parecía historia es ahora objeto de la más palpitante actualidad. Gallardón ha reinventado para el Consejo las elecciones familiares si bien por ahora reservadas a los cónyuges. El problema surge por el hecho de haber olvidado a los viudos y viudas que no tenemos quien vele por nuestros intereses político-judiciales, uniendo así el sentimiento por lo irremediable, en mi caso severo, a la frustración profesional. No tengo por quién abogar ni nadie, y esto es lo peor, que abogue por mí. Si sabéis de alguien me lo decís y, tras las oportunas conversaciones, veremos qué se puede hacer.
Llegamos de esta forma al cabreo de Tomás Gómez con mi jefe Gerardo Martínez Tristán dando muestras, con su dimisión, de aquello tan repetido de «que se fastidie el capitán que no como rancho». No tengo ni idea de cómo habrá influido en su elección su amistad, y la de Marta su mujer, con la Cospedal. Hombre, supongo que algo habrá en lo de «quien no tiene padrinos no se bautiza» pero carezco de legitimación para decir gran cosa porque yo, bien que a petición suya, avalé su candidatura. Luego estimo que se portó mal conmigo pero sigo creyendo que tenía aptitudes para el cargo. Es listo, currante y conoce el Consejo como pocos. Qué más se puede pedir.
Tomás no lleva razón aunque viva de estos líos. Nada le puede imputar a Gerardo sobre parcialidad en los asuntos que menciona al menos hasta donde yo conozco.
Sin embargo todo este sunto me conduce a una, creo que sustancial, reflexión sobre el funcionamiento de la Justicia. Es imprescindible la privatización de su gestión para evitar la menor sombra de sospecha en la coincidencia en una persona de facultades jurisdiccionales y gubernativas. Un voto en algún sentido no puede verse enturbiado por una decisión de «autoridad» y no digo más porque luego todo se sabe.