Prestige y olimpiadas alemanas

Las noticias se leen en mayor medida cuanto más alejadas se encuentren de la verdad. Si del Prestige se hubiera insistido en los datos ciertos e incuestionables los periódicos estarían aún más en la ruina. Un barco a la deriva en una tempestad con olas de ocho metros durante tres meses y sin, afortunadamente, ninguna víctima aburre a las ovejas.

Hubo que inventarse responsabilidades de todo tipo, la mala «gestión » de un Gobierno e, incluso – hay que echarle bemoles – que era del todo censurable la ausencia de autoridades mirando al chapapote. La verdad era y es que estábamos ante una catástrofe en aguas internacionales y que, dadas las condiciones, era imposible subsanarla. Podrían haber «gestionado» una mejoría del tiempo y que el barco fuera un trasatlántico de lujo y no una patera del petróleo, pero parece difícil. Lo cierto es que en el mercado del crudo hay que buscar barcos desvencijados con capitanes también para el desguace y esto por la sencilla razón de que salen más baratos. Lo demás pura demagogia con objetivos de influir en la lucha por el poder.

Todavía ignoro que se pretendía decir con el nunca mais tan celebrado. Ahora, si se pretendía parar las catástrofes, pues nunca mais Prestige, ni ciclón de Filipinas, ni tsunamis de Oriente ni accidentes de tráfico en Occidente. Un personaje tan buen escritor como Manuel Rivas de capitán de semejante chorrada, eso sí por motivos políticos sectarios como tantos otros, da para la reflexión de hasta donde atraen los simples e inmundos panfletos. Descanse en el fondo del mar el barquito y que sirva su hundimiento para el olvido de todas las tonterías que su aventura provocó. Nunca mais.

Hoy, sin embargo, es un día de felicidad para La Guinda. Ya dijo Kennedy en 1963- más adelante no le dejaron- que se sentía berlinés. Pues yo me siento muniqués. Resulta que, guiados por nuestra línea editorial, los muniqueses han celebrado una consulta sobre el derecho a decidir si quieren una futura olimpiada o no la quieren, y ha salido NO con carácter vinculante. Para su desgracia, no saben lo que se pierden, en Munich no existen las Botellas ni los Gonzáleces ni, tan siquiera, los Borbones y Leticias que tan alegremente propagan los jueguecitos olímpicos con dinero ajeno. Allí, cuando no se les cruzan los cables como sucedió con el bigotes, se echan las cuentas de verdad y, no hace falta ser un  lince, concluyen que la fiesta no es sino la ocasión de lucirse de unos burócratas sin muchos escrúpulos.

Bienvenidos sean al club de los sensatos y que dejen las Olimpiadas para Obiang, por ejemplo.

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