Como casi todos los años paso unos días en Lanzarote. Se ha convertido esta isla en mi particular Isla del Tesoro recordando así la novela de Stevenson. Quizás a partir de ahora lo será aún más.
Lanzarote tiene unas condiciones que sólo pueden ser apreciadas por personas de cierta sensibilidad ( hay mucha gente a quien no le gusta ). Es viento y aridez y, aunque parezca mentira, ambos elementos juntos pueden conducir a la belleza. César Manrique, quizás la persona de mejor gusto que he conocido, despreciaba especialmente a los que despotricaban contra el viento de la isla. Decía que no habían entendido nada y que el viento significaba la supervivencia de una población que, en caso contrario, sería pasto del desierto.
En la isla he aprendido también que las plantas, cuando son escasas, se valoran en su auténtica dimensión.
Viento y aridez han conformado un tipo humano fascinante. El lanzaroteño y las lanzaroteñas son duros y suaves, recios y cariñosos, currantes y festivos y así podríamos seguir hasta el infinito. Tierra pequeña y variada que puede causar la asfixia del habitante o una vinculación indestructible. Ahora bien, no tienen guindas……jurídicas. Aquí las guindas son de carne y hueso y ¡¡ menudas carnes y huesos ¡¡. Algunos, sólo los más perspicaces, ya lo habéis averiguado……..el guindero se ha enamorado…….un poquitín.
¡Qué lírica timidez!