Florentino Magno, emperador de la Castellana

Vaya por delante que soy madridista. Bien es cierto que trato de compatibilizar esa condición con el uso de razón, tarea en la que encuentro cada día más dificultades. Debe hacerse constar asímismo que soy un madridista mártir. Allá por el 61 y con motivo de la actuación arbitral de un bastardo de la pérfida Albión, Mr. Leafe por más señas, mi padre, divisionario azul y militar, no muy al tanto de las tendencias sobre agresiones a menores, me propinó un par de bofetadas al pillarme en casa sollozando porque el aludido hijo de la Gran Bretaña nos había anulado cuatro goles en el Nou Camp privándonos así de la sexta C. de Europa. Añadió mi progenitor: «Así aprenderás desde ahora a llorar sólo por cosas serias». Tan magnífica frase, superado el dolor y la humillación – el tiempo lo cura todo – me enseñó mucho más que las numerosas universidades que he visitado.

Aprovecho la ocasión para contar una entrañable anécdota sobre el mismo acontecimiento. Cuarenta años después del sucedido tuve la ocasión de entablar una charla a solas con Marquitos, el recientemente fallecido jugador del Madrid. Comentamos muchas cosas del fútbol de entonces y aludimos al tal Leafe, que él confundió con otro hijo ilegítimo, Mr Ellis, que había arbitrado el partido de ida. Al hilo de la animadísima conversación -pasé una tarde maravillosa- le hice la pregunta que había tenido reservada todo ese tiempo: «Marquitos, en el último minuto del partido te fuiste a rematar  un córner a la portería del Barsa. Solo, delante de la portería, cabeceaste por encima del larguero. Dime, mientras te retirabas desolado al vestuario y tus compañeros trataban de consolarte, ¿qué te decían?» Él contestó encantado con el recuerdo, pero con una pizca de amargura: «No te preocupes, nos lo hubiera anulado también». Valga de homenaje a una persona que me pareció fenomenal.

Todo esto viene a cuento de algo bastante menos divertido. Detrás de un supuesto señorío, nadie sabe a cuento de qué, los directivos del Madrid han sido casi siempre impresentables. Si salvamos a D. Luis de Carlos, desde los cincuenta para ahora no se pueden  ni mencionar. Han falseado todas las elecciones, con mejor o peor fortuna, y lo único bueno que se puede decir es que los que las perdían eran todavía peores. Pero además han inventado un instrumento perverso, el palco para los políticos.

Allí babean de gusto todos los cantameñanas que pululan por la Corte y no digamos nada desde que los invitan a merendar. En España, ignoro si por las carencias tipo Carpanta de la posguerra, todo el mundo se pirra porque le conviden a merienda. En el Bernabéu, en el bar del gratis total, han tenido que poner monitores de TV para que la gente supiera que empezaba el segundo tiempo y así dejaran de devorar, con el consiguiente alivio para las arcas del club.

Por encima de privilegios fiscales o con la Seguridad Social, los directivos se han empeñado siempre en adueñarse de la Castellana. En el Plan de Madrid, creo que del 55, calificaron la Ciudad Deportiva de recinto de dicho carácter, para no pagar impuestos. No los pagaron y treinta y tantos años después la rectificaron, le dieron el pase y ahí tienen ustedes: cuatro torres para hacer deporte.

En el recinto del estadio se inventaron un centro comercial, dijera la sentencia que, por cierto, suscribieron varios socios de la entidad, lo que quisiera. A cambio daban un aparcamiento subterráneo en la fachada central que nunca construyeron.

Pero lo de ahora es mucho más salvaje. Acaban de aprobar más comercios, un hotel con más estrellas que el firmamento y una estructura suficientemente hortera como para satisfacer a todos los del señorío . La combinación de un mediano mediocre, Florentino, con otro que no llega a mediano dentro de lo mediocre, Ignacio González, ha perpetrado la bellaquería y esto contando con la Sra. de Aznar, cuya altura intelectual y de otro tipo ha quedado bien a las claras en la tragedia del Madrid Arena, donde sigue echando por delante al enamoradizo vicealcalde para que nadie se fije en ella. En esta ocasión dan a cambio un solar ¡en Carabanchel! Vaya desfachatez.

Un madridista de verdad se define, como un fan de cualquier otro equipo, como un sujeto aquejado de una singular paranoia que, consultados los más acreditados especialistas, carece de cura. Han llegado a traer a un doctor argentino, un tal Messi, que prometió el restablecimiento de los enfermos a base de meterles goles. Quiá, que dicen en mi pueblo. Les metes doscientos y se siguen amparando, como los catalanes, en la memoria histórica. Que no se comen un colín, pues nada te citan la gesta heroica ante un equipo marroquí en el año 57…..y así todo mientras sus jefes se siguen llevando la Castellana a casa y mientras sus empresas nutren los fondos de la Fundación de CIU porque son así de generosos.

Esta mañana, después de comentar algunas de estas ideas en mi tertulia dominical de Hoyo de Manzanares, mi amigo Josito, más madridista que el mismísimo D. Santiago, me ha espetado: «no digas nada, que el Madrid es sobrenatural, está por encima del bien y del mal». La verdad es que, visto lo visto, me conformaría con que sólo «trincasen» la Castellana .

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