La Guinda en París

Hoy, aprovechando las rebajas de las líneas aéreas, nos hemos trasladado a París. El pretexto, ver la exposición de los impresionistas y la moda; el motivo real, recrear mis nostalgias de los setenta cuando venía con cierta frecuencia. París era entonces una juerga que empezaba en el tren Puerta del Sol que iba con literas. No sé si era el tren o la buena edad pero allí pasaba de todo. Recuerdo, pero no lo voy a decir, el nombre de un revisor que se pasaba el viaje ligando. Era pequeñito y arrasadoramente simpático. Un par de anécdotas. Amanecer llegando por las tierras yermas de Burgos, lloviendo y adivinándose el frio. Ya estábamos sentados cuando llegó el pollo y le devolvió el pasaporte a una yanki  que viajaba a mi lado. Fiel a su fama, el ciudadano, en el propio acto de entrega, le propinó un beso en la foto.

La yanki casi se desvaneció y sin duda ante el fuerte contraste de paisaje y paisanaje me preguntó si en España seguía habiendo bandoleros que supuestamente habitarían en aquellas inhóspitas tierras. Yo le contesté que sí, pues era lo que quería, pero le aclaré que ya no llevaban caballos sino unos coches negros con placas PMM. Todavía le deben estar dando sales en Oregón mientras se pregunta qué quise decir.

La otra anécdota es que una amiga mía de aquellos tiempos, francesa para más señas, quiso saber si la leyenda del revisor era cierta y emprendió el viaje con tanta fortuna que coincidió con él y, según ella, que ya se sabe como son estas cosas, triunfó en el propio ferrocarril.

La exposición bien, hay cuadros muy bonitos pero París ha sido siempre la capital mundial de la cursilería y si le juntamos impresionismo y siglo XIX pues qué quereís que os diga.

Las nostalgias, estupendamente. Yo había ido otras veces desde entonces pero se trataba de recordar los tiempos, que aún duraban, de las proclamas del 68, aquello de «seamos razonables, pidamos lo imposible» y chorradas parecidas. Entonces la política se hacía sin economía; era más divertida pero de aquellos polvos estos lodos y nunca mejor dicho. El castigo divino les proporcionó a los franchutes dosis de caballo de Pompidou y, cuando creían que todo había pasado ¡¡ quince años de Mitterand ¡¡. Fue justa venganza por la mayor de las faenas históricas que nos ha hecho nadie. Mira que secuestrar a la familia real y……….¡devolverla¡ desoyendo así el famoso apotegma de los dos grandes filósofos patrios del momento, El Dioni y Mario Conde que reza: Santa Rita, Rita, Rita no se devuelve lo que se quita.

La última anécdota. Hace un par de horas andaba yo paseando mis soledades por el  Marais, enamorándome cada diez minutos – de joven el intervalo era menor pero la edad ya se sabe – cuando fui abordado por dos suecas de cierta veteranía preguntándome por la Rue Rivoli, a mí, famoso puma del callejero. Cuando les expliqué la situación con más detalles de los que hubiese dado el mismísimo Alfredo Landa me dijeron extrañadas que cómo podía yo ser turista con tanto conocimiento de la localidad, a lo que contesté con lo que  he dicho antes sobre el sesenta y ocho. Ante mi sorpresa me espetó una : ¿sigue Vd. pidiendo lo imposible? Yo con aire de estar a vuelta de todo, a base de desencanto, y sin aclarar que el menda no ha dicho nunca semejantes tonterías contesté » ya, ni siquiera lo posible». Sinceramente, estuve bien aunque mi hijo no me lo reconocerá jamás. El resultado, el de siempre, Aurre voire y Mercies Beaucoup.

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Una respuesta a La Guinda en París

  1. La respuesta a las escandinavas, bien, sin más. A ver si la mañana dominical ofrece historias de similar nivel, y nos deleitas con algo más que una respuesta tan brillante como inútil (si no te las has llevado a cenar, es que ha sido inútil, aunque ya se sabe que la única forma que tenías de quedar bien con ellas, era casarte).

    Mañana leeremos más. Espero.

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