Los problemas de salud de mi amigo Tato , el del torozón cardíaco de hace nueve días, parece que se encauzan. Está en la calle ante la tímida protesta de las asociaciones de sus numerosas víctimas. Por mi parte ya le dije ayer por teléfono que lo sentía mucho pero que, dada la gravedad de su pronóstico, le había tenido que suprimir de mi agenda del móvil. No lo comprendió y se puso hecho un basilisco pero es que las agendas son pequeñas y hay que aprovechar la menor ocasión. Bueno, lo repondré, cargándome a otro, pero que no se vuelva a repetir.
Mi perversión ha tenido justo castigo. Como hipocondríaco titular no permito que a mi alrededor exista nadie más enfermo que yo y me pueda disputar el monopolio de atenciones médicas. Todo se acabó: el espejito de la Cenicienta me ha dicho que Tato me ha quitado el lugar y que por ahora no me van a hacer ni puñetero caso. Ya veré qué tramo.
Y, hablando de enfermos, no podemos ignorar la historia de Bolileches. Estaba cantado que lo querían soltar como fuese desde que los dos partidos repetían como loritos “que se cumpla la ley, que se cumpla la ley”. A ver quién tiene narices de decir que no se cumpla. Luego todos añadían que Bolileches era un enfermo terminal basándose en un informe médico, que además no decía eso, elaborado a la sombra de una ikurriña, quizás por el calor.
Todo era una chusca mentira. Ni la ley dice lo que ellos quieren ni estaba terminal, palabra que alude a una situación crítica e inmediata sumamente alejada del supuesto. Terminales somos todos desde que nos pasan por el Registro Civil. Ahora dirán que los que vienen detrás también son terminales y así hasta que no quede ninguno en la cárcel. El pacto quizás sea “yo respeto vuestra nuca y vosotros me sacais “ y aquí paz y después gloria………de los malos, claro.
Me puedo equivocar en un extremo porque desconozco en sus precisos términos las conductas precedentes de las Juntas Carcelarias o de los jueces de vigilancia. Si han apreciado las circunstancias de forma idéntica a como se ha hecho ahora existiría una vinculación al principio de igualdad ante la ley y Pascual y sus chicos tardarían un minuto- lo que se tarda en cambiar el equipaje entre relevancias internacionales del Tribunal- en soltarlos. Encima llevarían razón por mucho que duela.