Confieso que una de las mayores sorpresas de mi vida fue el nombramiento, en tiempos de Zapatero, de Dívar como presidente del tinglado judicial. La siguiente sorpresa, de hace unos días, fue enterarme de que no había habido consenso de ninguna clase puesto que el nombre lo había propuesto ¡el mismo PSOE! Al parecer se trató de una ocurrencia de Teresita, la de los vivos colores, ante las protestas de López Aguilar, el guitarrero, pues hasta él se había dado cuenta de lo que habían hecho. La chica decía que era una manera de tener controlada, al menos informativamente, a la Audiencia Nacional. Que Santa Lucía le conserve la vista ahora que la han puesto tan mona. Cuando se lo dijeron a Rajoy tuvieron que dispensarle sales calmantes.
El problema de Dívar no es su escaso bagaje jurídico pues no está claro que ésa sea la virtud que se exige para el cargo. En mi modesta opinión sólo Sainz de Robles y si acaso Sala daban la talla, pero ese no es el caso. Para presidir la cosa lo importante es tener facultades de conciliación y para eso no hace falta el Digesto. Sin embargo no es menos cierto que una cierta autoridad intelectual también ayuda para que te hagan caso y para demostrar lo contrario ya tuvieron al ínclito Paco Hernando, el “chachi”.
Dívar es un hombre místico y hace constante profesión de ello. Cuando llegó -ahora parece que se ha moderado- los Vocales temían que entre bendiciones se les fuera la mañana y ellos tenían, es un decir, muchas cosas que hacer. Su ideología al respecto cabe situarla en 1544 el año anterior a la inauguración, cómo ha pasado el tiempo, del Concilio de Trento. A esto le pasa, como a la democracia en España, que muchos todavía no la han encajado en sus esquemas. Por cierto, un Suárez para cada uno de los casos.
La Guinda ha desplazado a sus más sagaces reporteros para conocer la opinión del nombramiento por parte de un experto en cosas fundamentales. Hemos elegido al famoso filósofo Jomeini. Fueron los tribuletes, primero, al Cielo por si sabían algo del personaje. Allí tocaron madera y manifestaron ser desconocedores de la menor noticia. Desde allí partieron para el paraíso de las Hetairas donde les aclararon que se encontraba en el purgatorio por causa de algunos pecados sin importancia. Parece que eran solamente unos cuantos miles de asesinatos sin justificación suficiente.
Una vez en la sede de la purificación tuvieron suerte de conocer al eminente en un día de visita. Ya se sabe, paella de verduras, una hetaira modestita y periodistas. Al fondo un hombre barbudo, sin hacer el menor caso ni a los placeres de la carne ni a los de la paella, musitaba: “estos de Al-Andalus son una panda de ca……nallas (estaba en horario infantil), si lo llego a hacer yo, me montan la de Alá.