La tesis más en boga en la prensa mundial consiste en decir que lo de Grecia lo sabía todo el mundo y que no se comprende cómo engañaron a los europeos cuando pasaron a formar parte del club, lo que en la práctica quiso decir que les pagáramos las copas porque no tenían ni para un Bitter con alcohol, que son un poco menos repugnantes.
La realidad es bien diferente y los centroeuropeos son bastante menos gilis de lo que creemos en España.
Por la época en que aquello se coció, centroeuropa estaba todavía sumida en lo que hemos llamado atlantismo, que no es sino el miedo a la Unión Soviética y su política expansionista. Desde Berlín, incluso más al Oeste, hasta Moscú no existe sino una vasta llanura que desde siembre ha favorecido las cabalgadas de locos de Occidente y ahora se temía que la ruta fuese inaugurada por no mucho más cuerdos del Este, a modo de los bárbaros cuando se cargaron a los romanos.
Los yankees, que habían visto como Stalin tras la guerra se había quedado con el santo y la limosna, inauguraron la política de bases. Se trataba de instalaciones militares con misiles de largo alcance, que a la sazón eran más bien cortitos, lo que obligaba a instalar muchos, abarcando todos los flancos de los malos. El problema surgió en el sur, donde no tenían más remedio que echar mano de Grecia y Turquía. Los griegos, que siempre han sido más bien rojetes, no veían con buenos ojos la cosa porque con toda la razón temían un cabreo del poderoso del otro lado, y pidieron un pastón compensatorio, es decir, que les pagaran las copas.
Los americanos les dijeron a los europeos que ya estaba bien de que su defensa la pagaran sólo ellos con su nombre o con el de la OTAN, que viene a ser lo mismo, por lo que los favorecidos debían sufragar los gastos del guateque que los misiles corrían de su cuenta. Los griegos, hedonistas desde Epicúreo por lo menos, se pusieron las botas y de aquellos polvos, en todos los sentidos, estos lodos. Inventaron la unidad de tiempo “el Pericles“, que viene a ser 2.500 años. Hace falta otro Pericles para que puedan pagar las deudas. En otras palabras todos lo sabían pero se impusieron los miedos surgidos de la guerra, algo ajeno a la conciencia española que lo veía muy lejos y, además, íbamos, en todo caso, con los que la perdieron.
Parecido es el caso de Turquía; ahora no se trata de rojos sino del islam y a los alemanes le mentaron la bicha cuando se dieron cuenta de que se los iban a tragar. Así está Berlín que se parece bastante más a Estambul que al país de rubitos fuertes que nos han vendido.
La cosa ha acabado, por el momento, como nadie se imaginaba. Las bases militares han quedado más obsoletas que los fuertes del 7º de Caballería. Ahora los cohetes son intercontinentales o galácticos y si bien los turcos tienen algo que vender por su enemistad con el resto de los árabes y su apoyo indirecto a Israel, los griegos ná de ná. Sin embargo a éstos los han pillado dentro y a los otros fuera. Los americanos, siempre fieles pero austeros, han dicho que se las arreglen como puedan y a vosotros os encontré en la calle. Total que los griegos adonde los encontré y los turcos embarcados en interminables conversaciones, que tienen para ellos bastante mala pinta. Dentro de un par de Pericles volveremos a analizar la situación.